Agroflori, un refugio autogestionado de animales silvestres víctimas de tráfico ilegal

El albergue también trabaja con un enfoque medioambiental, para que las personas, en especial las nuevas generaciones, sepan que estos animales no son mascotas. Los aportes de la población sostienen la iniciativa que lleva 30 años operando.

Un loro de la especie frente roja en el refugio Agroflori.

En sus inicios, hace tres décadas, fue un gran cultivo floral en el noreste de Quillacollo, Cochabamba de allí su nombre: Agroflori. La necesidad quiso que en el tiempo se convirtiera en un refugio para animales rescatados del tráfico de especies silvestres y que sufrieron maltrato. Los más afortunados fueron devueltos a su hábitat y los otros —aquellos con lesiones graves o mutilaciones— se quedaron a vivir en el lugar, en cautiverio, pero procurando que se sientan como en su propio entorno.

Más de 2.000 animales de diversa especie han dependido de esta iniciativa autogestionada, que se sostiene gracias a la ayuda de la población. Aunque la crisis les ha golpeado muy duro en momentos claves de la historia reciente del país, siempre han conseguido reponerse y su sistema de gestión garantiza su sostenibilidad.

En Bolivia, casi la mitad de las denuncias de maltrato animal están relacionadas con el tráfico de animales silvestres, según la Policía Forestal y de Protección al Medio Ambiente (Pofoma). De acuerdo con Wildlife Conservation Society (WCS), Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú son los países con los mayores índices de tráfico de animales silvestres en la región.

En este contexto, el bioparque Agroflori Parque de las Aves de Cochabamba aporta a la protección y conservación de la fauna silvestre en peligro de extinción en Bolivia.

El refugio recibe animales que necesitan atención veterinaria, los atiende, los sana y se convierte en su nuevo hogar. Cuando las aves se encuentran en estado de salud óptimo son devueltas a su hábitat.

El artífice de esta iniciativa es Marcelo Antezana Hinojosa y el refugio se ha constituido también en una suerte de promotor de educación medioambiental en lo que al cuidado de la flora y la fauna respecta. Campañas de concientización sobre la importancia de cuidar a los animales y el medio ambiente se desarrollan con frecuencia en ferias y eventos institucionales, pero también con escolares y colegiales.

“Les enseñamos a los niños cómo se debe cuidar a los animales, les explicamos que las especies silvestres no son mascotas, no son perrito ni gatito, y que desgraciadamente hay muchas especies en Bolivia que son traficadas y que después sufren maltrato”, agrega.

Cuenta que en su forma de refugio, Agroflori se inició como un lugar de protección de aves, muchas de especies endémicas y en peligro de extinción. “En un principio, Agroflori era un gran cultivo de flores. Entonces, de ahí empezamos a tener aves, especialmente loros, y mantuvimos el nombre y le aumentamos Parque de las Aves”, relata.

Un pavo real de pecho azul es una especie de ave galliforme de la familia Phasianidae.

El objetivo del refugio es darle un hogar a los animales que son víctimas de trata y tráfico y  aquellos hallados en tenencia ilegal en la ciudad.

“En Bolivia están en peligro de extinción más de 2.500 ejemplares de vida silvestre, quiere decir que si no los cuidamos, en los próximos cinco años podrían estar desapareciendo”, alerta Antezana.

El 80% de los animales que llegan a Agroflori son entregados por Pofoma y la Secretaría de la Madre Tierra del Gobierno Departamental de Cochabamba. “Los cuidamos porque los animales son patrimonio de todos los bolivianos”, afirma Antezana.

La mayoría les son entregados con fracturas, desprendimientos de retina o, en el caso de las aves, les faltan partes de un ala; por tanto, no pueden ser devueltas a su hábitat.

En estos años, han recibido cóndores, águilas, halcones y algunos mamíferos. El promedio de animales entregados cada mes a Agroflori, según los datos de Antezana, es de cinco, producto del tráfico ilegal.

Apuesta por el modelo de autogestión

Agroflori lleva más de 30 años, dando refugio, hasta la fecha, a más de 2.200 animales silvestres rescatados y en peligro de extinción, de los cuales la mayoría son víctimas de maltrato y tráfico ilegal en Bolivia.

Dos loros frente roja, propios del río Caine, disputan alimentos en Agroflori.

El refugio es autogestionado. Es decir, que realiza su labor con recursos propios y con los que aporta la ciudadanía en general, por ello, la mayoría de las personas que allí trabaja lo hace en calidad de voluntarios; se necesitan manos para cuidar a los animales, darles de comer, limpiar las áreas, comprar las áreas y otras labores cotidianas.

Los visitantes al refugio también aportan al pagar por el ingreso (Bs 10 los niños y niñas y Bs 20 los adultos). “Definitivamente, yo agradezco a la población cochabambina que nos visita porque con el ingreso que pagan esto funciona. Las organizaciones sin fines de lucro no recibimos ningún tipo de ayuda y lo que hacemos es vivir con el ingreso de la gente que viene al parque”, dice Antezana.

Agroflori pasó momentos difíciles y pudo sobrevivir gracias al apoyo de la gente; Antezana recuerda cómo las diversas crisis de los últimos años representaron un gran problema.

“Hemos pasado momentos terribles. Los problemas de 2019 (la crisis político-social), las inundaciones y después la pandemia. Hemos pedido auxilio, no teníamos qué darles de comer a los animales, no podíamos circular, no podíamos comprar; sin embargo, los animalitos han podido seguir viviendo”, destaca.

Agroflori invierte entre 400 y 500 dólares semanales solo en alimentación, sin contar pago de servicios y salarios a los veterinarios y uno que otro empleado administrativo.

Cruzada contra prácticas dañinas

Agroflori también realiza una campaña en contra del uso de partes de animales a nombre de la cultura. “Desgraciadamente, todavía se hace mucho daño a las especies desde el ámbito cultural, el boliviano es muy depredador. Hay animales de los que hacen aceite para las arrugas en el oriente, vas al lago Titicaca y los señores toman licuado de ranas que están en real peligro de extinción”, se lamenta.

Antezana también critica al folklore que, pese a las prohibiciones, sigue haciendo matracas de quirquinchos, usa plumas de cóndores, colmillos de felinos en sus vestimentas e instrumentos. “Nuestro folklore es muy rico, definitivamente, pero tendríamos que ver acciones alternativas para seguir manteniendo nuestra cultura sin usar restos de animales”, dice.

Por ello, resalta la importancia de educar contra el tráfico de animales y el maltrato, pero también para el cuidado del medio ambiente.

Llama a reflexionar sobre cómo y cuánto aporta cada uno a paliar esta problemática. Todos, dice, deberíamos preguntarse “cuánto plástico usamos, si reciclamos nuestra basura, si somos de las personas que usamos solo el auto, si vamos al supermercado con nuestra bolsa de tela”.

Sobre lo que sucede en varias zonas de Cochabamba, alerta que diferentes especies se extinguen, por ejemplo, en los márgenes del río Rocha, o una especie de ranita que habita el canal de Cantarrana, donde se lavan autos. “Ese canal, que no es una torrentera, es una de las últimas de las vertientes que quedan en Cochabamba y hay una rana que está en peligro de extinción y todos los cochabambinos pasamos por ahí y no hacemos absolutamente nada”, afirma.

Nuevas formas de tráfico

Por el trabajo que desarrollan en Agroflori han detectado nuevas formas de comercialización de animales silvestres. “Antes, tú tenías que ir a comprar un loro al mercado, ahora lo compras por internet y te lo llevan a tu casa y el maltrato continúa”, apunta Antezana.

Pero no solo la fauna corre riesgo, también la flora. Actualmente se trafica con orquídeas, con cactus del salar de Uyuni o de las pampas de Potosí que tardan 300 400 o años en crecer. “Embalan los cactus y los mandan hacia los países árabes donde cada uno cuesta mucho dinero”.

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